La clave del manuscrito Voynich 1 (Por Antonino 2 ta)
Me
alojé en un pueblo junto a Los Alpes italianos, un lugar tranquilo y acogedor.
En un rincón de mi habitación vi un arcón de madera muy antiguo, como
abandonado allí; en su interior había nueve libros con una escritura
ininteligible. Indagué en Internet sobre escrituras extrañas y encontré fotos de
un libro con los mismos signos. En la parte interior de la tapa de ese arcón y
tapada por una doble tabla, casi arrancada, estaba tallada la clave para
descifrar "El manuscrito Voynich"; un manuscrito indescifrado y
escrito, según mi traducción en el año 1516, y según los expertos en el año
1404. Junto a cada ilustración hay un relato escrito, que nada tiene que ver
con las ilustraciones. No eran narraciones en otra lengua, sino en una clave
numérica muy creativa. Fotografié la clave del arcón y cada página, con mi
móvil y me mandé las fotos por correo electrónico antes de abandonar aquel
lugar, dejando esos libros tal como los había encontrado. Mi forma de escribir
adorna esos pasajes poco detallados dentro de cada contexto y, actualiza
expresiones poco entendibles de la edad media, digamos que es traducción y concreción.
Cada
texto, "o es una parte del pasado", "o es mi invención como
escritor"; la duda me preserva.
—EN
LA PIEDRA PÁGINA 1—
Me
llamo Domingo y mi regreso de las américas me ha causado muchos males y
pesares, en una travesía donde la muerte nos acechaba y, el escorbuto se cebó con
la tripulación. En mi arcón de madera permanecerán guardados estos diez libros
que acabo de pasar a limpio ya en mi casa y, que me ha costado cinco años
escribir, no por la longitud del texto sino por la dificultad en aprender el idioma
nativo del anciano que me llevó a la gruta donde se hallaban las inscripciones
talladas en las enormes piedras, de las que él y su aprendiz eran los únicos
conocedores de su significado. Aquellos extraños dibujos geométricos ocultaban
una cultura muy antigua, anterior al origen de su pueblo. El conocimiento del
significado de estos signos antiguos había pasado de generación en generación
hasta llegar a mis manos.
También
me llevó tiempo crear un código antes de embarcar de regreso a Europa. Escribí el
texto con dicho código y memoricé la clave para que si me sucedía alguna
desgracia en el regreso en barco, en esos mares llenos de monstruos y
tempestades, no cayeran esos escritos en malas manos.
Doscientos
cuarenta relatos narrados cronológicamente haciendo referencia al "periodo
solar", "año" para los europeos. No es un libro, es una sucesión
de historias, donde la más antigua es de un periodo mucho más antiguo que la
antigua Roma.
Crear
este complejo código que ocultara los textos me costó más de un año, mi último
año en el nuevo mundo, y lo realicé por la petición del anciano que me tradujo
las piedras, el cual no quería que se perdieran; pero tampoco quería que se
conocieran en este tiempo. Doma, así se pronunciaba el nombre del anciano, quería
que los conociera un mundo futuro y en paz. La tapa, del arcón de madera que
contiene estos libros, oculta el código en su interior, con una tabla clavada
sobre otra. Intentaré que pase de generación en generación sin desvelar la
traducción. Los nombres de los personajes de los relatos no son como sonaban en
la boca del anciano, son el significado de aquellas palabras, de esa lengua que
tanto me costó aprender. Es el año 1516 y ahora que he regresado a Europa muchas
personas se dirigen al nuevo mundo; pero yo en cambio no regresaré jamás a
aquellas lejanas tierras. La experiencia de convivir integrado en un pueblo indígena,
en la selva, aceptado por ellos y desvelándome sus secretos creo que no la
podre igualar en otros viajes, aparte de mi menguada salud. Vuelvo a vivir en
mi querido Milán, cerca de los valles y de las montañas que me vieron nacer. A
partir de la siguiente página solo escribiré la que guardaban aquellas piedras.
—EN
LA PIEDRA PÁGINA 2—
Año
2.500 a. n. e. según el cálculo del anciano Doma y el de un servidor, Domingo.
Esta
fértil tierra se derrumba, las montañas y los valles en otro tiempo prósperos
terrenos sufren ahora continuos temblores de tierra. La confusión de las gentes
al contemplar las montañas, donde tanta vida había, ser devoradas por la fuerza
de los volcanes ha causado el caos. Los sabios, después de hundirse la isla
sur, han determinado que este continente, que es la isla mayor también se
hundirá; lo determinaron tras las dos grietas de más de dos kilómetros de
anchura que destruyeron gran parte de la capital de la Atlaintus, derribando
templos y muriendo miles de personas. Las peleas y los asesinatos han sembrado
el terror, esta destrucción continuada ha cambiado a muchas personas y las ha
llevado al mal. El estupor ante la destrucción de todo el territorio y la
constante lluvia de cenizas, las cuales impiden el rendimiento de los cultivos,
sembraron el caos. La hambruna en todo el continente provocó el pillaje y la
violencia. A muchos kilómetros las noticias de los reinos del sur eran aún más
alarmantes tras el hundimiento de la isla sur completamente, provocando la
muerte de más de veinticinco millones de personas, dos reinos completos. Mi
amada o más bien mi deseada me encontró en la calle y se interesó por mí:
—Hola,
Taleas como estas; estáis todos bien en casa —me preguntó la más bella del
reino, Aldaina, mi amor secreto,
—Estamos
bien Aldaina,
por ahora, pero estamos preparando un navío para buscar nuevas tierras.
—Pero
si no hay otras tierras, nunca nadie ha llegado con su navío a ningún lugar en
el mar, ¿no recuerdas la prohibición de alentar al pueblo en ese sentido Taleas?
—Si
la recuerdo Aldaina, claro que la recuerdo, pero aquí ya no se puede vivir,
cualquier día esta isla y todos los reinos se hundirán en el mar como la isla
sur. A veces han llegado flotando restos de embarcaciones rudimentarias
desconocidas en toda Atlaintus y de flora extraña, como arrancada por el mar en
tierras lejanas; pero todo ello ha sido ocultado al pueblo.
—No
creo que el continente también se hunda, Atlaintus es muy grande —dijo ella con
seguridad y le respondí.
—los
sabios de la tierra aseguran que el suelo se formó con cenizas de los antiguos
volcanes, sobre las cuales cayo la lava; pero que el océano y los nuevos
volcanes están desintegrando todo lo que durante miles de años ayudó a que
floreciera la superficie.
— Taleas, yo no dejaré a
mi familia, ya sabes que soy sobrina del soberano y mí puesto esta aquí, pero
no diré nada de tu partida, no quiero que te hieran con las espadas de metal
azul. Gracias por acordarte de mí.
Ella
no sabía cuán grande era mi amor, nunca se lo dije.
El
barco lo cargamos con alimentos y vasijas de agua durante varias noches, a
escondidas, solo los pequeños barcos pesqueros tenían permiso para zarpar. El
soberano de nuestro país no quería que cundiera el pánico como había pasado en
los últimos meses en otros reinos, donde los barcos zarpaban a diario buscando
nuevas tierras.
Intenté
que mi amada embarcara con nosotros, con su vestido por las rodillas y su cinta
en el pelo me dijo adiós, no podía abandonar a su familia, por ser una familia
del templo.
Más
de tres lunas en el mar y ni un signo de tierra firme, ni hojas flotando ni
pájaros pequeños. Los alimentos escasean, la pesca es muy poca y los
resplandores en la noche de nuestra tierra, tan lejana ya, no auguran nada
bueno sobre la posibilidad de volver atrás. Emias ha matado las aves mascotas
de los niños para comer, pero los críos no han probado bocado, solo toser y
toser. Este gran barco triangular lo habitamos más de cincuenta personas, entre
esclavos y ciudadanos.
Muchos
meses ya sin tocar tierra firme, la pesca es nuestro único alimento, junto con
los arboles de madera blanda comestible de la bodega, como panes para nuestra
supervivencia.
Ayer
el patriarca me interrogó:
—Taleas,
cuéntame si todos los esclavos recogieron agua con las hojas de juliendro bajo
la tempestad de anoche.
—Señor,
todos menos jacasas, que le teme al rayo más que a la muerte —le respondí.
Ver
como jacasas era colgado boca abajo, con los pies separados para recibir un
golpe con la espada del duro metal azul en su hueso sacro y después ser lanzado
al mar, desnudo, sangrando y sin una madera siquiera a la que asirse me causó
mucho pesar, un pesar que me acompañara siempre; porque de haberlo sabido no lo
habría delatado, solo yo mismo le habría llamado la atención.
Una
costa inmensa se divisa a lo lejos al amanecer, ya sin fuerzas y sin apenas
carne pegada a nuestros huesos nos agarramos al filo de la embarcación,
esperando que las grandes y raídas velas circulares nos lleven a esa tierra
firme.
El
gran navío ha encallado en la costa, una costa cubierta por una playa de arena
fina, algo no visto en nuestra tierra, donde todo el continente estaba lleno de
acantilados, escaleras para bajar y muelles para los navíos.
Arrastrándonos
por la arena divisamos una vegetación, tan extraña como amenazante. Ninguna
planta es de hojas grandes como las de nuestro continente, y los animales que
hemos divisado parecen ser peligrosos, por lo menos los más grandes.
Con
los restos del navío hemos construido una vivienda donde habitamos y tras más
de un mes en esta lejana tierra no hemos visto seres humanos, solo animales pequeños
parecidos a los humanos, que como espectros saltan por los extraños árboles.
—Domingo
1516—
—Antonino
2 ta 2017—, Continuara
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